jueves, 24 de octubre de 2013

La danza, una forma de expresión

La danza forma parte de la historia de la humanidad, siendo una manera de expresión y de comunicación que existe mucho antes que el lenguaje hablado, y que nos aporta importantes beneficios psicológicos.
Desde que comencé el ballet clásico en el colegio como extraescolar, a los cuatro años, hasta hoy, que estoy realizando la enseñanza profesional, no he dejado de bailar y espero seguir haciéndolo. Todo el mundo puede bailar y expresarse a través del movimiento. La danza puede utilizar movimientos ya establecidos, como en el ballet o la danza folclórica; o puede utilizar mímica, como en las de China o Japón. Según las culturas se baila de distinta forma, existiendo diferentes tipos de danzas. Algunas se transmiten por tradición, de padres a hijos, y otras se imparten en las escuelas de danza.


Creo que es interesante conocer la historia de la danza, que se ha utilizado para muchas funciones: adorar a los dioses, honrar a los antepasados, crear magia, galanteo, como forma de arte... Las pinturas rupestres europeas, con 10.000 años de antigüedad, ya mostraban dibujos de figuras danzantes, asociadas a rituales religiosos y a escenas de caza, que expresaban sentimientos. La danza ya era importante en la sociedad humana primitiva, en la que los primeros ritmos eran hacer ruido con los pies: alguien empezaba y los demás le seguían. Después se comenzaron a tocar las palmas y más tarde el ritmo se empieza a hacer con las piedras, comenzando los rituales: la danza del fuego, de la fecundidad, de la caza..., que eran dirigidos por el hechicero.

En las antiguas civilizaciones egipcia, griega y romana, aparecen las primeras bailarinas representadas en sus mosaicos y escritos. Los faraones egipcios instituyeron danzas ceremoniales, representadas por profesionales. De esta época provienen las danzas orientales árabes, en la que las mujeres bailaban delante de los dioses. En la Grecia antigua, influyen las danzas egipcias, siendo los rituales de la danza de los dioses griegos el origen del teatro contemporáneo occidental. En la antigua Roma la danza decayó aunque surgió, con la cristianización, una forma de danza que comunicaba sin palabras y con gestos, que es la actual pantomima o mímica.

Durante la Edad Media, a partir del siglo IV, la actitud de la Iglesia cristiana hacia la danza fue contradictoria ya que la prohíben, pero al mismo tiempo se incorporan en los cultos cristianos danzas de las tribus del norte celtas, anglosajones, galos... A pesar de las prohibiciones, se sigue bailando de forma camuflada.

El Renacimiento es una época de esplendor del arte y florece con fuerza la danza. En las cortes de Italia y Francia hubo nuevos desarrollos de la danza por los mecenas. Se estudió de forma seria y se recuperó el teatro griego, combinando música y danza. Nacieron las primeras formas de ballet en el XVI, desarrollándose en Francia los ballets cortesanos. En el XVII se utilizó por primera vez el escenario con bailarines profesionales y no cortesanos. En el XVII se estableció la 1ª Real Academia de Danza de Francia.

En los siglos siguientes, el ballet se convirtió en una disciplina artística profesional, y se fue adaptando a los distintos cambios de cada época. El XIX es la época del ballet romántico, donde empiezan a destacar más las bailarinas que los bailarines. El ballet o danza clásica es la madre de la mayoría de las danzas, es la interpretación teatral.

Después de la 1ª Guerra Mundial hay un cambio importante, la danza fue rompiendo reglas y se crean escuelas de danza contemporánea, que incorporan movimientos de la danza india, española, bailes africanos, e incluso de las artes marciales como el tai chi. En danza contemporánea la expresión emocional es fundamental. El cuerpo puede estirarse, doblarse, rotar, saltar y girar. Se pueden crear un número ilimitado de movimientos corporales y hay que realizar mucho entrenamiento especializado.

Os voy a comentar algunas características del ballet clásico, que requiere mucha técnica y esfuerzo, ¡os lo puedo asegurar!. Hay variaciones según su origen sea ruso, francés o italiano. La base técnica del ballet es la rotación externa de piernas y pies, en ángulo de 180 grados. Hay 5 posiciones específicas y numeradas de los pies, que son la base de casi todos los pasos posibles. También existen posiciones para los brazos, que suelen mantenerse con los codos suavemente curvados. La técnica del ballet acentúa la verticalidad, que es muy importante para realizar los saltos. El empeño por eliminar la gravedad para saltar mejor hizo que se inventara la danza sobre las puntas en el siglo XIX, que suelen hacerlo las mujeres.

La mejor edad para comenzar el estudio del ballet es de 8 a 10 años para las niñas. Los chicos pueden empezar algo más tarde. Antes de esas edades puede ser perjudicial para el desarrollo, pero si son mayores se pierde flexibilidad. Las niñas suelen comenzar el trabajo de puntas después de 3 años de estudio. Las clases suelen ser diarias, con ejercicios de barra y de centro, es decir, sin apoyo de la barra y cada vez se van complicando más. En las clases se trabaja alineación, rotación, distribución del peso, postura, transferencia del peso, colocación, elongación y equilibrio. Además se dan clases de expresión corporal, música, repertorio y coreografía. Requiere un gran esfuerzo físico y personal para compaginarlo con los estudios y exige muchos años de preparación en forma física y técnica. Los principios técnicos adquiridos con la práctica del ballet pueden ser aplicados a cualquier otra forma o estilo de danza. Pero hay que tener en cuenta que, aunque no sea profesionalmente, todas las personas se pueden expresar a través de la danza, que se utiliza como terapia en muchas ocasiones. Animaos y ¡a bailar!


miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Como influye la música en las personas?

Está claro que no todo el mundo siente lo mismo al escuchar ciertas canciones, pues para gustos se hicieron los colores, pero los científicos llevan años intentando ir más allá: ¿Buena o mala?.En la actualidad se sabe más o menos a ciencia cierta que muchos compositores y músicos sufren y sufrieron trastornos mentales. Un ejemplo muy claro es Robert Schumann. Este compositor romántico alemán del siglo XIX sufrió varios trastornos a lo largo de su vida derivados en un principio de depresiones, aunque actualmente se cree que derivaban del sífilis y del mercurio de las medicinas para combatirlo. También se dice que sus locuras apuntan hacia la esquizofrenia actual. Todo esto le llevó a casos extremos, como por ejemplo cuando el mismo se intento separar los dedos corazón y anular con un pequeño corte. Esta locura hizo que perdiese la movilidad en un dedo y que dejase de tocar, aunque lo que él perseguía era mejorar su técnica pianística. 
Otro ejemplo es Ludwing Van Beethoven que sufrió lo que ahora llamamos bipolaridad, aunque seguramente en su tiempo la gente le colgaría la etiqueta de “poseído”. 
Si nos acercamos más a nuestros días vemos como la música (más bien la fama que esta trae) acaba con grandes como los famosos “muertos a los 27” entre los que se encuentran Jim Morrison (vocalista de The Doors), la cantante de rock’n’roll y blues Janis Joplin, Kurt Cobain (cantante y guitarrista de Nirvana), la reciente Amy Winehouse… 
El llamado “Padre del jazz”, Charles Buddy Bolden, fue el “rey” de la improvisación pero esto se debe más que nada a su esquizofrenia (en su época “demencia precoz”) que le impedía leer las partituras. “Seguramente sin su enfermedad el jazz no sería lo que es actualmente pues las alucinaciones que sufría le llevaron a investigar en el terreno musical”, según una investigación del psiquiatra Sean Spence (de la Universidad de Sheffield).
Pero no todo va a ser malo, la música tiene más aspectos positivos que negativos a lo largo de la historia ya que además llegar a producir trastornos mentales puede ayudar a superarlos.
Últimamente la llamada “musicoterapia” se está abriendo camino entre la medicina, al igual que lo hizo la fisioterapia hace tiempo. El origen de esta terapia se remonta al siglo XIX en Italia, concretamente en el sanatorio de mujeres de San Clemente (Venecia) donde su director, Cesare Vigna construyó una sala para que su amigo Giuseppe Verdi deleitase con su música a las pacientes. Según Vigna la música podía contribuir a la reeducación moral del enfermo psiquiátrico sin tener que recurrir a las camisas de fuerza. Aún así, de los efectos beneficiarios de la música ya se hablaba en la Biblia, cuando David tocaba el arpa para que Saúl se calmase, o en la Grecia antigua con Platón y Aristóteles.
La musicoterapia de hoy en día “nace” entre las dos grandes guerra mundiales en Estados Unidos (Michigan concretamente) donde en 1944 se crea la primera licenciatura en Terapia de la música.
Diversos estudios han concluido en que la música puede funcionar como un pequeño analgésico. Un estudio sueco con mujeres a las que se debía aplicar una histerectomía quiso demostrar que cuando escuchaban música relajante requerían menos analgésicos. Este estudio hablaba solo de música relajante pero, ¿vale la misma música para todo el mundo? Mathieu Roy (universidad de Montreal) demostró que este efecto analgésico depende de los gustos personales de cada persona. Roy estudió a ochenta voluntarios sometidos a un estímulo en el antebrazo con un objeto caliente. El experimento se repitió tres veces: la primera con música que los voluntarios calificaron de agradable, la segunda con música para ellos desagradable y la tercera sin música. El resultado fue que sentían menos dolor con la música agradable que con el resto.
Existe otro caso con la hipertensión arterial. Dos neurólogos japoneses realizaron un estudio con ratones hipertensos obligados a escuchar Divertimento nº 7 en re mayor, de Mozart. Los neurólogos observaron que la música hizo que el calcio transportado a su pequeño cerebro era mayor, lo que conllevó a la secreción de dopamina, muy importante para el buen funcionamiento del sistema nervioso y que redujo la presión arterial. 
Pero quizás el efecto “bueno” más famoso relacionado con la música sea el “Efecto Mozart”. Este efecto es el que se nota en las personas que tienen contacto con la música (preferiblemente clásica) ya sea por escucharla desde pequeños o por aprender a interpretarla, en relación con las habilidades mentales como la memoria o motrices como la coordinación. Para llegar a estas conclusiones los científicos se han basado en diversos estudios, aunque no todos han sido favorables. 
Un ejemplo de estudio en el que no se consiguió lo que se perseguía es el realizado en Montreal por la psicóloga musical Eugenia Costa Giomi: escogió a 117 niños y niñas de entre ocho y nueve años pertenecientes a familias con poco poder adquisitivo, separó a los escogidos en dos grupos sometiéndoles a exámenes de todo tipo. A los del primer grupo les entregó un teclado y clases particulares de piano y el otro siguió con su vida normal. Al cabo de tres años volvió realizar los exámenes y con desilusión observó que los del primer grupo no habían aumentado sus capacidades más de lo normal por la edad aunque sí que habían ganado autoestima. 
El efecto Mozart enfrenta a dos partes bastante contrarias: la demuestra que escuchar música de Mozart no aumenta las capacidades mentales y la que demuestra lo opuesto. Dos de los grandes enfrentados son la psicóloga Frances Rauscher (universidad de Wisconsin-Oshkosh) y el psicólogo Glenn Schellenberg (universidad de Toronto). Rauscher está de la parte que dice que el efecto Mozart existe y ha realizado varios estudios parecidos a los de Eugenia Costa Giomi en los que lo demuestra. Schellenberg no opina todo lo contrario pues él demostró en un estudio (en contraataque al de Rauscher) que la música ayuda a que los niños sean más curiosos y desarrollen más rápido sus capacidades, al igual que el resto de actividades estimulantes como el teatro o la danza. 
Lo que está claro que la música es capaz de ayudar en el desarrollo de las capacidades mentales de las personas pero no por el simple hecho de escucharla o estudiarla. Por ejemplo, si estudias música es más que necesario el estudio diario lo que poco a poco ayuda en la concentración y en que cueste menos estudiar el resto de asignaturas “obligatorias” día a día. En lo respectivo al efecto analgésico la música puede hacer que una persona se relaje y quizás así pueda soportar mejor el dolor. Como dijo Friederich Nietche "Sin la música la vida sería un error”, aunque tampoco debe hacer que nos volvamos tan locos como Schumann o Mozart. 
 

martes, 22 de octubre de 2013

Historia del Claqué o Tap Dance

Aprovechando que empiezan las clases regulares de claqué en Flow (los viernes a las 21:30h) os dejamos aquí la historia de este baile tan divertido y enérgico en el que no basta con seguir el ritmo ¡también hay que crearlo!
El claqué, o tap dance, es un tipo de baile que se caracteriza por usar el sonido de los zapatos contra el suelo como instrumento de percusión. Por tal razón, el claqué, también es considerado una forma musical. Hay dos tipos de claqué: El Jazz Tap y el Broadway Tap.

Este último, el Broadway Tap, se centra más en la danza y es utilizado, sobre todo, en el ámbito del teatro musical. Y el Jazz Tap se centra más en crear música a base de la percusión producida por los zapatos; estos zapatos tienen un acabado distinto a cualquier otro, ya que constan de dos placas de metal: una en la punta, y otra en el tacón. Estos zapatos, por muy raros que parezcan, se pueden comprar casi en cualquier tienda de baile.
Se cree que el claqué comenzó en el siglo XIX durante el auge de los espectáculos juglares. En estos mismos espectáculos había muchas personas de raza negra que se pintaban la cara, más oscura de cómo la tenían, y se dedicaban a bailar claqué. El ejemplo más claro es William Henry Lane, que fue uno de los primeros artistas negros que llegaron a integrar en un grupo de juglares y en la actualidad es ampliamente conocido como el antepasado más importante del claqué.
A medida que los espectáculos de los juglares crecían en popularidad el claqué lo hacía con ellos, hasta que se hizo conocer la regla de los colores; regla que no permitía a los artistas negros bailar y/o actuar en solitario. Esta norma dio lugar a la famosa pareja “Buck and Bubbles” que fue formada por John Bubbles y Ford Buck. Este dúo comenzó a bailar claqué con trajes impecables o esmoquin, y desde entonces se ha convertido en una rutina muy común en estos tipos de baile: tanto en el Jazz Tap como en el Broadway Tap.
Bill Robinson, un artista negro que solía bailar a dúo con George W. Cooper, dio un vuelco a la situación actual haciendo una representación de claqué en solitario. A pesar de que ver a un hombre negro bailar en solitario en esa época era extraño, tuvo una enorme oleada de reconocimientos, y pronto comenzó a bailar en películas famosas a escala mundial en las que solía tener un papel con gran liderazgo y protagonismo, sobre todo trabajo con la compañía llamada Shirley Temple.
En las producciones actuales de películas se utilizan nuevos métodos para captar, amplificar y recrear el sonido de la grabación; el uso de micrófonos inalámbricos en los zapatos de los bailarines es una técnica muy usada, ya que es la más exacta a la hora de capturar el sonido del baile en la grabación.
Y dicho esto solo queda hablar del premio “No Maps on My Taps” (No hay mapas en mis pasos) un premio Emmy que ganó un documental de la PBS en 1979 que ayudó a iniciar el reciente renacimiento del claqué en los últimos años. El gran éxito de la reconocida película de animación Happy Feet ha reforzado aún más el atractivo de esta danza.
Volviendo unos párrafos atrás recordamos al solista Bill Robinson cuyo cumpleaños es el día 25 de Mayo, fecha la cual es reconocida por el presidente George Bush como Día Internacional del Claqué. Un perfecto día para recordar a bailarines de claqué tan brillantes como pueden ser: Brenda Bufalino, los hermanos Clark, Savion Glover, Gregory y Maurice Hines, LaVaughn Robinson, Jason Samuels Smith, Chloe Arnold y Dianne “Lady Di” Walker entre muchos otros.
 
“El bailarín del futuro será aquel cuyo cuerpo y alma hayan crecido tan armoniosamente juntos, que el lenguaje natural del alma se habrá convertido en el movimiento del cuerpo humano”
Isadora Duncan, Bailarina



 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Tango, el baile que cura.

Hace unos meses que me adentré en el magnético mundo del tango. La
razón, una mezcla de afición por el baile, curiosidad y atracción latente desde el momento que fui consciente de su existencia. Desde la primera clase me cautivó y eso que en esos tempranos inicios no podía ni imaginar el caudal de emociones, sensaciones y sentimientos que podía llevar consigo este hipnótico baile.
Más allá de lo obvio sobre la sensualidad de sus movimientos o la calidez del abrazo, está la conexión con uno/a mismo/a, con el propio cuerpo, con un tipo de autoconciencia diferente y está, lo que yo llamaría el "don de fluir": una especie de química, de conexión metafísica, que hace que sin tener una coreografía preestablecida, sin conocer necesariamente a tu pareja de baile, el tango se convierta en un lenguaje universal que nos permita comunicarnos más allá de cualquier frontera idiomática, de estatus social, de edad o de nivel cultural. Esta conexión con el otro te lleva a concentrarte y percibir sutiles señales de su lenguaje corporal que te hacen de guía al bailar, te lleva a cerrar los ojos y confiar en que te dirija por un espacio no demasiado amplio y lleno de "obstáculos", te lleva a sentir y provocar sensaciones placenteras independientemente de la belleza o el grado de intimidad que compartas con tu partenaire... Y todo esto enmarcado en un espacio temporal limitado: una tanda, cuatro tangos, después de los cuales puede que nunca vuelvas a ver a esa persona. Y esto es lo mágico: incluso siendo una persona tímida, puedes abrazarte, rozar tu rostro, pegar tu pecho al de la otra persona, "invadir" su espacio y que sea una experiencia muy agradable para ambos.
Desde mi punto de vista, como neófita en este terreno, el tango es un gran maestro. A mi, personalmente me está enseñando a relajar mi postura, a caminar aprovechando la ergonomía de mi cuerpo, a ser flexible pero no laxa a la vez que a ser firme pero no rígida, a no llevar siempre el control y disfrutar de que sea otro el que lleve las riendas (¡todo un logro!), a desconectar del mundo y conectar con el yo-mi-me-conmigo y con el tú-ti-te contigo, a confiar en mi cuerpo y en su capacidad de reacción y aprendizaje... y eso sin mencionar cómo me divierto en las milongas y cómo me cargan de energía.
Todos estos cambios tan positivos que estoy experimentando me han empujado a investigar un poco más sobre los beneficios del tango y los hallazgos que he ido encontrando me han sorprendido gratamente. No es extraño pensar que aquellos/as que bailan tango mejorarán sus capacidades motrices (tono muscular, fluidez de movimientos, percepción sensorial, conciencia corporal, capacidad de reacción, flexibilidad, coordinación, precisión, equilibrio, reflejos...) mejorarán sus capacidades intelectuales (concentración, improvisación, sensibilidad, creatividad...) y por supuesto sus habilidades sociales.

Pero, por si esto fuera poco, recientes estudios han demostrado efectos que van mucho más allá de lo más obvio. Veamos algunos de ellos:

Tango y estrés: Según los resultados del estudio realizado por la psicóloga Cynthia Quiroga Murcia en el marco de su doctorado en la  Universidad Goethe de Francfurt, al bailar tango se reducen los niveles de cortisol, hormona asociada al estrés. Así, el tango actúa doblemente contra la ansiedad: por un lado como actividad física que es, y por otro a nivel endocrinológico, actuando sobre el cortisol.

Tango y líbido: la misma autora observó en el estudio anteriormente mencionado y publicado en la revista "Music and Medicine", que además del impacto sobre el cortisol, el tango tenía efectos sobre la testosterona, hormona vinculada al deseo sexual, provocando un incremento de la misma. La científica tomó pruebas sanguíneas de 22 parejas de bailarines de tango antes y después de bailar, determinó la concentración hormonal y completó la investigación pidiendo a los voluntarios que describieran sus emociones. Para descubrir si los efectos positivos a nivel psicobiológico se debían a la música, al movimiento o al contacto con la pareja, Cynthia Quiroga investigó los tres factores por separado. El resultado fue el siguiente: la música reduce el cortisol, es decir, influye en disminuir el estrés, y el contacto con el partenaire y el movimiento, incrementan los niveles de testosterona. Y si se unen los tres factores, los efectos hormonales y emocionales ¡son más intensos!

Tango y envejecimiento cerebral: Hace unos años, profesora Patricia McKinley, de la McGill University de Montreal realizó un interesante estudio sobre el impacto del tango en personas mayores. Se investigó a 30 personas de edades entre 62 y 91 años y se dividieron al azar en dos grupos: una mitad en un grupo de caminata y la otra mitad en clases de tango. Después de tres semanas, el equipo de McKinley observó un aumento en la autoestima de los integrantes del grupo de tango. La socialización que implica una actividad como el tango, sin duda contribuye a la mejora de la autoestima de los que lo bailan. Pero los efectos positivos no sólo se quedan ahí. Además, el grupo de tango mostró una mejoría significativa en la coordinación motora, el equilibrio y la postura, en comparación con el grupo de caminantes. Pero McKinley y sus investigadores estaban interesados principalmente en los efectos del tango en el envejecimiento del cerebro y hallaron que los integrantes del grupo de tango habían mejorado sus capacidades intelectuales y el rendimiento cognitivo, superando al grupo de caminantes.

Tango y depresión: en un reciente estudio llevado a cabo por la australiana Universidad de Nueva Inglaterra, se analizó una muestra de 41 personas de entre 18 y 73 años con síntomas de depresión y ansiedad, de las cuales el ochenta por ciento eran mujeres. De esta muestra veinte participaron en un curso de ocho sesiones de 90 minutos de tango en un período de dos semanas, mientras que el resto fueron puestos en una lista de espera para las clases. Al final de este período de dos semanas, los participantes mostraron reducciones significativas en los niveles de depresión, ansiedad, estrés e insomnio y la satisfacción con la vida y la autoeficacia se incrementaron significativamente. En un mes de seguimiento, los niveles de depresión, ansiedad y estrés se mantuvieron reducidos. Por lo que hasta un breve período de clases de tango han demostrado ser una estrategia eficaz en el alivio de los síntomas de trastornos del estado de ánimo. Además, dada la liberación de endorfinas que supone una actividad como bailar tango, no sólo aumenta los niveles de felicidad, sino que actúa como factor de protección en trastornos del estado de ánimo.

Tango y otros trastornos:
* Parkinson y Alzheimer: Aumenta la agilidad y firmeza en los movimientos y de ese modo refuerza el equilibrio. Además ayuda a aumentar la actividad prefrontal y temporal cerebral y a mejorar las habilidades de comunicación, la memoria y la atención.
* Enfermedades cardiovasculares e hipertensión. Disminuye las hormonas vinculadas con la actividad simpática (las que producen taquicardia, hipertensión y vasoespasmos), y mejora la capacidad vascular y la oxigenación de los tejidos.

Fuente original: Rebeca Lajos Rañó -psicóloga y amante del Tango-
www.escuelaflow.es 

lunes, 7 de octubre de 2013

Bailar es bueno para el vértigo


Cuando empezamos a bailar nos parece un milagro dar un giro sobre nosotros mismos y mantener el equilibrio. Cuando ya sabemos un poco más nos atrevemos con dos giros y terminamos con una sensación de mareo pese a intentar se fieles al truco de girar la cabeza rápido y mantener un punto fijo en el horizonte. Pero salimos a bailar y vemos a tanta gente dando no dos ni tres sino hasta cinco y más vueltas... y cuando terminan siguen bailando sin aparentes síntomas de agotamiento, mareos o desorientación.

Para aquellos que no creéis en los milagros está la ciencia que ahora, para tranquilidad de los que nos mareamos con más de una vuelta, nos demuestra que tan sólo es cuestión de que nuestro cerebro aprenda. Y como siempre lo único que eso necesita es unos buenos profesores que nos enseñen a girar y mucha práctica.

Un nuevo estudio realizado por científicos demuestran que la danza puede ayudar a aumentar la actividad cerebral.
El sitio Psychology Today señala que investigadores del Imperial College de Londres efectuaron dos estudios sobre los beneficios de la danza en el cerebro, y cómo puede ayudar a mejorar el equilibrio y reducir los mareos.
Uno de los artículos producidos por los especialistas sostiene que la inclusión de algún tipo de danza con el entrenamiento aeróbico regular, al menos una vez a la semana, puede hacer el milagro. El estudio se centró principalmente en torno a bailarines profesionales, que con los años entrenan el cerebro para suprimir la sensación de mareo. Se espera que con dichas revelaciones se pueda llegar a entender y a tratar a los pacientes con mareo crónico.
El doctor Barry Seemungal, del Imperial College, afirmó: “No es útil para una bailarina sentirse mareada o desbalanceada; su cerebro se adapta durante años de entrenamiento para suprimir tales sensaciones”.

• Muestra. Para realizar la investigación, los científicos le pidieron a 29 bailarines y a 29 remeros que se sentaran en una silla en una habitación a oscuras y comenzaran a dar vueltas a gran velocidad sobre la misma.

• Estudio. Asimismo, los expertos midieron los reflejos oculares provocados por las aportaciones de los órganos vestibulares, y gracias a este método comprobaron que la percepción de mareo en los bailarines era menor que en los remeros.