Otro
ejemplo es Ludwing Van Beethoven que sufrió lo que ahora llamamos
bipolaridad, aunque seguramente en su tiempo la gente le colgaría la
etiqueta de “poseído”.
Si
nos acercamos más a nuestros días vemos como la música (más bien la
fama que esta trae) acaba con grandes como los famosos “muertos a los
27” entre los que se encuentran Jim Morrison (vocalista de The Doors),
la cantante de rock’n’roll y blues Janis Joplin, Kurt Cobain (cantante y
guitarrista de Nirvana), la reciente Amy Winehouse…
El
llamado “Padre del jazz”, Charles Buddy Bolden, fue el “rey” de la
improvisación pero esto se debe más que nada a su esquizofrenia (en su
época “demencia precoz”) que le impedía leer las partituras.
“Seguramente sin su enfermedad el jazz no sería lo que es actualmente
pues las alucinaciones que sufría le llevaron a investigar en el terreno
musical”, según una investigación del psiquiatra Sean Spence (de la
Universidad de Sheffield).
Pero
no todo va a ser malo, la música tiene más aspectos positivos que
negativos a lo largo de la historia ya que además llegar a producir
trastornos mentales puede ayudar a superarlos.
Últimamente
la llamada “musicoterapia” se está abriendo camino entre la medicina,
al igual que lo hizo la fisioterapia hace tiempo. El origen de esta
terapia se remonta al siglo XIX en Italia, concretamente en el sanatorio
de mujeres de San Clemente (Venecia) donde su director, Cesare Vigna
construyó una sala para que su amigo Giuseppe Verdi deleitase con su
música a las pacientes. Según Vigna la música podía contribuir a la
reeducación moral del enfermo psiquiátrico sin tener que recurrir a las
camisas de fuerza. Aún así, de los efectos beneficiarios de la música ya
se hablaba en la Biblia, cuando David tocaba el arpa para que Saúl se
calmase, o en la Grecia antigua con Platón y Aristóteles.
La
musicoterapia de hoy en día “nace” entre las dos grandes guerra
mundiales en Estados Unidos (Michigan concretamente) donde en 1944 se
crea la primera licenciatura en Terapia de la música.
Diversos
estudios han concluido en que la música puede funcionar como un pequeño
analgésico. Un estudio sueco con mujeres a las que se debía aplicar una
histerectomía quiso demostrar que cuando escuchaban música relajante
requerían menos analgésicos. Este estudio hablaba solo de música
relajante pero, ¿vale la misma música para todo el mundo? Mathieu Roy
(universidad de Montreal) demostró que este efecto analgésico depende de
los gustos personales de cada persona. Roy estudió a ochenta
voluntarios sometidos a un estímulo en el antebrazo con un objeto
caliente. El experimento se repitió tres veces: la primera con música
que los voluntarios calificaron de agradable, la segunda con música para
ellos desagradable y la tercera sin música. El resultado fue que
sentían menos dolor con la música agradable que con el resto.
Existe
otro caso con la hipertensión arterial. Dos neurólogos japoneses
realizaron un estudio con ratones hipertensos obligados a escuchar
Divertimento nº 7 en re mayor, de Mozart. Los neurólogos observaron que
la música hizo que el calcio transportado a su pequeño cerebro era
mayor, lo que conllevó a la secreción de dopamina, muy importante para
el buen funcionamiento del sistema nervioso y que redujo la presión
arterial.
Pero
quizás el efecto “bueno” más famoso relacionado con la música sea el
“Efecto Mozart”. Este efecto es el que se nota en las personas que
tienen contacto con la música (preferiblemente clásica) ya sea por
escucharla desde pequeños o por aprender a interpretarla, en relación
con las habilidades mentales como la memoria o motrices como la
coordinación. Para llegar a estas conclusiones los científicos se han
basado en diversos estudios, aunque no todos han sido favorables.
Un
ejemplo de estudio en el que no se consiguió lo que se perseguía es el
realizado en Montreal por la psicóloga musical Eugenia Costa Giomi:
escogió a 117 niños y niñas de entre ocho y nueve años pertenecientes a
familias con poco poder adquisitivo, separó a los escogidos en dos
grupos sometiéndoles a exámenes de todo tipo. A los del primer grupo les
entregó un teclado y clases particulares de piano y el otro siguió con
su vida normal. Al cabo de tres años volvió realizar los exámenes y con
desilusión observó que los del primer grupo no habían aumentado sus
capacidades más de lo normal por la edad aunque sí que habían ganado
autoestima.
El
efecto Mozart enfrenta a dos partes bastante contrarias: la demuestra
que escuchar música de Mozart no aumenta las capacidades mentales y la
que demuestra lo opuesto. Dos de los grandes enfrentados son la
psicóloga Frances Rauscher (universidad de Wisconsin-Oshkosh) y el
psicólogo Glenn Schellenberg (universidad de Toronto). Rauscher está de
la parte que dice que el efecto Mozart existe y ha realizado varios
estudios parecidos a los de Eugenia Costa Giomi en los que lo demuestra.
Schellenberg no opina todo lo contrario pues él demostró en un estudio
(en contraataque al de Rauscher) que la música ayuda a que los niños
sean más curiosos y desarrollen más rápido sus capacidades, al igual que
el resto de actividades estimulantes como el teatro o la danza.
Lo
que está claro que la música es capaz de ayudar en el desarrollo de las
capacidades mentales de las personas pero no por el simple hecho de
escucharla o estudiarla. Por ejemplo, si estudias música es más que
necesario el estudio diario lo que poco a poco ayuda en la concentración
y en que cueste menos estudiar el resto de asignaturas “obligatorias”
día a día. En lo
respectivo al efecto analgésico la música puede hacer que una persona
se relaje y quizás así pueda soportar mejor el dolor. Como dijo
Friederich Nietche "Sin la música la vida sería un error”, aunque tampoco debe hacer que nos volvamos tan locos como Schumann o Mozart.
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