El tiempo ha pasado, millones de años nos separan de los inicios, y la Danza sigue impertérrita en su lugar privilegiado, de interlocutora de aquellas divinidades, como ninguna otra expresión humana. Captar ese instante de diálogo con lo extraterrenal no es tarea fácil. Es un segundo, un soplo fugaz, un relámpago que nos acerca al mismo misterio de la existencia y subsistencia de los seres que habitamos este planeta. En Cuba, desde mediados del pasado siglo, un grupo de seres (hombres y mujeres) liderados por Alicia, Fernando y Alberto, con continuadores cercanos como la propia Ramona y aquellos alumnos de las primeras generaciones, sembraron una semilla que da muchos frutos, manteniendo la tradición de formar interlocutores con los Dioses. Porque no hay dudas, los bailarines son los que más se les acercan, pues conocen los laberintos y las coordenadas para alcanzar ese sitial en las alturas y dialogar con ellos. ¿Quién duda que en ese momento supremo de bailar no estén también involucrados, ellos (los Dioses)?
La danza, como ninguna otra arte, respira en su propio seno con las demás. Música, teatro, literatura y artes plásticas… se involucran siempre como en un todo amalgamado en el tiempo. Pero, más allá del baile, se pone nuevamente de manifiesto la relación nutricia entre el arte danzario y la plástica, un fenómeno abarcador de dos expresiones de la cultura: la plasticidad del baile y la forma de su espacio sustentante, algo que ocurre en nuestro escenario cubano desde lejanos tiempos. Existe, desde el comienzo, una historia común porque la plástica es indisoluble de la danza y el ballet, es su “ropaje y su mundo”. Pero están también los artistas (pintores, dibujantes, escultores, fotógrafos, grabadores…) que la han hecho fibra de sus creaciones en algún instante de su historia. Por eso, en ocasión del 24. Encuentro y Concurso Internacional de Academias para la Enseñanza de Ballet se abrieron, al unísono con la escena, las cortinas de la exposición Homenaje, de los fotógrafos Eric Politzer (Estados Unidos) y Ramsés H. Batista (Cuba), en la que ofrecen sus maneras de estremecerse ante ese prodigio del movimiento transformado en arte.
ADRIAN SANCHEZ Foto Eric Politzer |
Atrapados por el mágico y lírico lente, más allá de la escena, vestidos de cotidianeidad, con ropa de ensayos, sin maquillaje, como hombres y mujeres del diario devenir humano, lejos de los mundos de hadas y príncipes, en su misma dimensión, ellos “hablan” con sus cuerpos el lenguaje misterioso de alcanzar el cielo con sus gestos, movimientos, anhelos y fuerza, acomodados siempre en diversos rincones del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, porque con ellas se rindió homenaje a esta institución en su 180 aniversario. Unos se asemejan al viento: como huracán o suave brisa, otros a la poesía, hay quienes exhalan la ternura del vuelo de un ave, o la destreza del águila, o dibujan el contorno de un cisne, o se expresan como la lava del volcán hacia el cielo, o reposan cual estatuas de célebres artistas, en carne y hueso esta vez, o hasta imitando poses del animalario con toda la fuerza que puede caracterizarlos… Visten y desvisten recuerdos de la vida que bulle a su alrededor, como seres extraordinarios que convocan el tiempo en su decir. No hay magia alguna, hay arte, del bueno. Minutos, horas, días, años, vida, en una palabra, dedicada a esculpir la danza en sus cuerpos para enseñarnos a los mortales que todo es posible de alcanzar con esfuerzo y dedicación. Las instantáneas reproducen además sentimientos, porque ellos los conjugan en cada paso en que tienen que ser algo más que un hombre o mujer, para devenir haz de luz que encandila las miradas y nos hacen sentir/vivir en otra dimensión cuando se abren las cortinas a otros universos sobre las tablas. Pero ahora no hay cortinas, ni afeites, ni luces de color, candilejas, brillos, ni música… Son ellos mismos, ataviados con el gesto.
VIENGSAY VALDES Foto Ramses H. Batista |
Los artistas del lente los acercan en un común existir, atrapando sueños, vistiendo emociones, regalando sorpresas, buscando las alturas, escarbando sentimientos para entregarlos hechos Danza, palabra mágica que nos reúne a todos los amantes, fervorosos admiradores, de esa suerte de aire que necesitamos para respirar/vivir. Saeta fugaz, como el movimiento, que no cesa, que seguimos hasta que llega a reposar en la diana. Y sin embargo, allí no encuentra el final, continúa su camino abrazada a esos Dioses de los que nunca se podrá desembarazar porque es inmortal, como ellos.
Autor: Toni Piñera
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