Si bien podemos decir que todo esto es en cierto punto verdad, la idea de este artículo es desmitificar y replantear, desde la investigación y el conocimiento, algunos conceptos que rodean estas afirmaciones, impuestas de manera colectiva a lo largo de los años.
Primero me gustaría, humildemente, trazar dos divisiones:
1) Por un lado, no todos aquellos que bailan pueden ser profesionales de la danza.
2) Pero sí todo aquel dispuesto a trabajar, investigar, reconocer su cuerpo y dedicarse puede bailar, alcanzando el máximo de sus posibilidades físicas y expresivas.
Considero muy importante que los jóvenes estudiantes debieran considerar que “tener condiciones” puede ser algo importante o absolutamente irrelevante, según cómo sean aprovechadas. Ni una gran elongación, ni una gran rotación o posibilidades de salto hacen estrictamente a un bailarín, sino que son simplemente cualidades físicas que ayudan y facilitan el aprendizaje y la ejecución de la danza. Si tenemos una bailarina con una gran elongación seguramente estaremos hablando de alguien con buena disposición a un gran trabajo de piernas, pero no estamos hablando de alguien que necesariamente podrá tener posiciones altísimas y líneas bellas, algo que requerirá fortalecimiento para lograrse: esta condición de ser muscular o articularmente blandos, nos obliga a trabajar nuestro cuerpo para dominar esta flexibilidad. De modo similar, tener una espalda muy fuerte no deriva automáticamente en buenos giros. Esa fortaleza proporciona eje e impulso, pero esa virtud condicionará el cuerpo para que seguramente aplique fuerza de más en otros puntos, lo cual puede, finalmente, rigidizar la danza.
Lo que trato de decir es que toda virtud tiene también su contra y que no existen cuerpos absolutamente equilibrados en todo aspecto. Siempre se requiere trabajo para balancear sus posibilidades de desarrollo. En este sentido, las condiciones son simplemente una óptima predisposición para el movimiento, pero que no hacen concluyentemente ni a buen ejecutor de pasos, ni a un buen bailarín y mucho menos a un buen artista. Inclusive, por el contrario, una condición no debiera ser considerada sólo “una facilidad”, sino que un límite que se encuentra “un poco más allá” y que, lejos de sentarse a contemplarlo porque “ya se tiene”, nos obliga a ser conscientes de explotar aún más ese aspecto y explorar las posibilidades que ofrece a nuestra danza. Si una persona no utiliza esos “dones naturales” al máximo, si no los trabaja a diario y los equilibra para sacar el mayor provecho de ellos, también quedarán a media asta, dejando de ser algo extraordinario para ser un simple aspecto más que no otorga ninguna ventaja o diferencia con respecto a otro estudiante que no disponga de estas mismas facilidades físicas.
La danza es un arte que se aprende día a día, se asimila día a día, los cuerpos se moldean a lo largo de extensos periodos de tiempo, como un artesano modela la madera o la arcilla, con mucha paciencia y dedicación. Es el trabajo del maestro de danza apreciar cabalmente las virtudes y debilidades y convertirlo en el mejor bailarín que pueda ser, es decir, ayudarlo a explotar al máximo sus virtudes y a trabajar lo máximo posible sobre sus aspectos más débiles. Es en este aspecto que pueden identificarse los resultados que ofrecen dos visiones pedagógicas: entre una educación de movimiento aprendida por forma y utilizada para con todos los alumnos por igual, y una educación de movimiento nacida del vínculo con el maestro, del trabajo personalizado sobre las necesidades específicas de un alumno y la posibilidad del estudiante de preguntar y consultar acerca de sus conveniencias a la hora de trabajar tal o cual movimiento o hacer un hincapié en determinado grupo muscular. Dentro de la clase es necesario que el maestro ejemplifique las correcciones con diferentes tipos de cuerpos y aptitudes, para que sea comprensible la corrección tanto para los que tienen facilidades físicas como para los que no.
3) Todos los cuerpos pueden ser aptos para bailar
Siendo docente de danza desde hace años ya, suelo escuchar mucho estas frases, como justificación ante la dificultad para lograr ciertos movimientos y colocaciones de la danza: “Es que yo ya soy grande para aprender a bailar” o “Aprendí mal de chico y hay cosas que ya no puedo corregir”.
Estas afirmaciones son sólo mitos limitantes de las propias posibilidades. Mediante el estudio de la mecánica de movimiento todo cuerpo -de distintas edades- puede aprender a corregir errores y conceptos mal aprendidos, siempre y cuando uno encuentre un maestro dispuesto a guiar esta re-educación o educación corporal -en el caso de un alumno que comienza a bailar de grande.
En este sentido, la danza es un patrimonio de todos los cuerpos: es una actividad que fortalece y alinea el cuerpo, que entrena y amplía la mente, que genera trabajo de coordinación, disociación, memoria. Disfrutar y aprender a conocer las propias posibilidades es un trabajo cuya guía fundamental es el maestro, que tiene la misión de incitar a sus alumnos a la investigación de la danza, de su propio cuerpo y de la atención sobre las correcciones aplicadas a otros alumnos.
4) La inteligencia, la mayor de las virtudes.
Ya sea con más o menos “condiciones naturales”, aquel que baila debe saber que sólo es su capacidad de estudiar, practicar y razonar sobre sus capacidades físicas, lo que le brindará la satisfacción de alcanzar sus metas y disfrutar de su cuerpo gozando de un movimiento de calidad.
5) La danza es un arte, un oficio que no depende del virtuosismo.
Siguiendo la línea anterior, la meta debiera ser alcanzar “calidad de movimiento” y no virtuosismo, un valor que, a pesar de que hoy está muy en boga, no es deseable que absorba la energía de quien pretende lograr desarrollarse como bailarín. De tal modo, una vez que los alumnos se hayan introducido en un trabajo consciente del material académico de la técnica que estén abordando, podrán comenzar a concentrarse en detalles y aspectos expresivos, que los llevarán a transformar ese movimiento en danza, en palabras traducidas corporalmente para decir, contar y generar sensaciones a sí mismos y al público.
No es el bailarín extremadamente virtuoso aquel que se convertirá en un artista capaz de conmover. Tampoco será aquel que mediante el esfuerzo haya logrando altos niveles técnicos. Sólo podrá ser transmisor de un mensaje aquel bailarín que logre llenar esos movimientos de intención, matices y dinámicas. Un bailarín que logra proyectar su movimiento, darle colores e intensidades, conmoverse y conmover desde lo que le genera la música, desde lo que su personalidad y su energía interior única le proporcionan, será un artista y no sólo un ejecutor de movimientos.
De nada sirven las múltiples piruetas si no dicen ni cuentan nada, de nada importan los cuerpos largos y estirados si no tienen la sensibilidad suficiente para convertirse en la música que están interpretando. El salto sin intención convierte al bailarín en atleta, lo cual tiene absolutamente otro propósito.
Finalmente, en esta reflexión sobre las condiciones físicas y el desarrollo corporal para bailar, los invito a pensar conmigo el valor del cuerpo como vehículo y tecnología para el movimiento, en una época en que existe una sobrevaloración de la potencia física en la danza: ¿debe un bailarín ser bello y virtuoso simplemente porque sí? ¿O debe ser su cuerpo una herramienta, un instrumento adecuado y equilibradamente afinado para contar una historia, generar sensaciones y sentimientos que, al ocurrirle a él mismo y traspasar su propio cuerpo, conmuevan también al espectador? Finalmente, la diferencia se proyecta muy cabalmente en el escenario, sea cual sea la obra representada o la técnica utilizada.
En mi opinión profesional, no importa cuántos movimientos pueda ejecutar un bailarín, sino aquel momento en que el espectador siente que ese cuerpo en escena es mágico, libre, espontaneo. Cuando un bailarín parece llegar al público sin mediaciones, ahí está la danza. La técnica, el trabajo de las condiciones y las “no condiciones” y la elaboración del virtuosismo bien invertido son las herramientas mediante las cuales nos valemos los artistas para ofrecer esos mágicos momentos.
Autora: Victoria Mazari
Fuente: http://revistarevol.com
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