Sí, el lindy hop atrapa. Quienes lo empiezan a bailar no tardan en sentirse atraídos por su música, sus figuras, su buen rollo y hasta por su look. Héctor Artal, profesor en Barcelona y ganador, junto a su pareja Sonia Ortega, del tercer puesto de la categoría Open Classic en los Campeonatos del Mundo de Lindy Hop de este año, bailaba salsa y tango a nivel profesional hasta que descubrió esta disciplina. «Me encantan el jazz y la época del swing. Su sonido alegre y los ambientes agradables en los que se practica hacen que uno se sienta bien». Y es que, a juicio de los entendidos, es mucho más que un baile; casi una terapia. Un estudio reciente de la Arizona Lindy Hop Society, que propone la práctica de estas coreografías en los colegios, afirma que «incrementa la autoestima, mejora la percepción del entorno, potencia el ejercicio físico y disminuye las dificultades de relación y comportamiento». Quizá esa sea la razón que ha motivado la apertura de una veintena de escuelas en nuestro país en los últimos 15 años y que ya haya más de 3.000 lindyhoppers españoles (se calcula que existen unos 40.000 en el mundo), principalmente en Madrid, Barcelona, Valencia y Vitoria. Una dura competencia para la bachata y el reguetón.
El lindy apareció en los años 20, en pleno periodo de entreguerras, en un momento en el que la población necesitaba desconectar, brincar y llenarse de energía y buenas vibraciones. De ahí su libertad de movimiento, que se debate entre los ritmos afroamericanos –fueron principalmente los ciudadanos afroamericanos quienes lo popularizaron– y el charlestón. No hay más reglas que seguir la música, guardar la conexión con la pareja (aunque no siempre) y sonreír. Al principio, como decía Frankie Manning, uno de sus mentores, la gente queda atrapada por la parte más espectacular del baile, «pero en cuanto uno entiende que hace falta dialogar con el cuerpo, controlar la técnica para llegar a interpretar y al mismo tiempo soltarse, este estilo se convierte en una escuela de vida».
Oriundo de la costa Este de Estados Unidos, la historia del lindy hop –«lindy» es el diminutivo de Charles Lindbergh, el primer piloto en cruzar el océano Atlántico, de América a Europa, en un vuelo sin escalas y «hop» hace referencia al salto que dio de costa a costa– se divide en tres grandes periodos. El primero, en el que surge, se desarrolla y se consolida, se sitúa en Nueva York, aproximadamente entre 1927 y 1945. En la ciudad, el swing se adueñó de los salones de baile de Harlem, especialmente del Savoy, el Cotton Club, el Roseland y el Apollo Theater, en plena explosión de las big bands (como la de Chick Webb, con la gran Ella Fitzgerald al frente, la orquesta de Benny Goodman o Count Basie). Tanta fue su repercusión que la revista Life lo declaró baile nacional en su número del 23 de agosto de 1943. En él, se publicaron «las imágenes más clásicas del lindy, las que tenemos en el imaginario, realizadas por Gjon Mili», nos explica Eric Esquivel, profesor de la escuela Brotherswing de París y fotógrafo de swing.
En la segunda etapa, de 1945 a 1980, este movimiento sufre un gran parón, debido a que los impuestos a los clubs de música derivados de la crisis postbélica son muy altos. Las bandas, en consecuencia, no tienen más remedio que desaparecer y la irrupción del rock and roll, el bebop o el cool jazz acaban por desplazar al lindy.
De 1980 hasta hoy, este estilo ha revivido en Estados Unidos, Reino Unido y Suecia y se ha extendido, con mayor o menor impacto, por todo el mundo. Películas como The Artist o El gran Gatsby han contribuido también a su proliferación. En Francia, por ejemplo, en los últimos tiempos el número de bailarines se ha multiplicado por seis: «Hace cinco años, teníamos una cuarta parte de los alumnos que tenemos ahora», explican Paolo Thierry y Melanie Ohl, de la escuela Brotherswing, que cada año organiza uno de los festivales más importantes de Europa, el Jazz Roots de París. En Londres, el fenómeno es similar: «Ya hay bailes cada noche en los que la escena swing se entrega al vintage. Se cuida muchísimo la forma de vestir, hasta el último detalle», cuenta Gemma Modinos, quien imparte clases en la capital.
Y es que desde sus inicios, y a pesar de los vaivenes de su historia, el lindy hop ha conservado un denominador común que aún perdura hoy en día: siempre se asocia a una estética muy concreta y quienes siguen fielmente esta (que algunos ya llaman) cultura rememoran la vestimenta y los peinados que pasearon por el Savoy durante los años 30 y 40. Así, arreglarse para ir a bailar se convierte en un aliciente más para profesores y alumnos, quienes, en ocasiones, también trasladan este estilo a su imagen diaria. El swing, por tanto, también ha permitido que prolifere el negocio de la moda retro. «Se llevan los estilismos que puedan recordar los tiempos en los que surgió el lindy hop, pero teniendo en cuenta que vivimos en el siglo XXI. Es decir, hay que actualizarlos», cuenta Sonia Ortega, pareja de Héctor Artal, y ganadora, además, del tercer puesto de All Star Strictly Lindy de los Campeonatos del Mundo de este año. Los lindyhoppers acuden también a las marcas especializadas. «En el armario swinguero, Susie Sweet Dress se está imponiendo como la gran firma para chicas», explica Elena García, bailarina desde hace cinco años. También suenan los nombres barceloneses de Kova Marron y Xenia Cruz. «Lo normal es que para bailar al aire libre ellas vayan con vestidos ligeros sin demasiados complementos. Sin embargo, si se acude a locales como la Sala Apolo de Barcelona –uno de los clubs actuales donde se vive el swing– es fácil ver tanto a hombres como a mujeres con estilismos muy trabajados», asegura.
Cada fin de semana hay por lo menos un festival de lindy en alguna parte del mundo. Los más importantes son el International Lindy Hop Championships (Washington) y el Camp Hollywood (Los Ángeles), ambos en agosto; el Lindy Shock (Budapest), en octubre; el Snow Ball (Estocolmo), en Navidad; el Lone Star Championships (Texas), en marzo; y en verano, en Suecia, el Herräng Dance, una especie de campamento que dura cinco semanas en el que se concentran masterclass, fiestas y conciertos hasta el amanecer.
El negocio crece y firmas como Keds o Victoria ya patrocinan estas reuniones en las que el sentimiento de comunidad se respira por todas partes: muchos participantes ofrecen alojamiento en sus casas o comparten gastos. «Cada vez que tenía baja la moral me iba al Savoy, donde antes de poder decir “uf” ya se me había olvidado todo. Para mí el swing es la mejor medicina del mundo», contaba Frankie Manning. Lo dicho: mucho más que un baile.
Autora: Laura Berdejo y Francesca Rinciari
Fuente original: smoda.elpais.com
Ofrecido por : www.escuelaflow.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario